jueves, 28 de mayo de 2015

El cuerpo como símbolo de desigualdad social (Jennifer Simbaña Torres)

En este primer post, pretendo poner de manifiesto como el cuerpo es utilizado como un factor para  la exclusión que padecen muchas personas con diversidad funcional física, sobre todo en el contexto de las sociedades actuales. Y es que estas sociedades se caracterizan por el predominio de unos valores corporales (la belleza, lo perfecto), que además, son asumidos por los individuos como propios de su sistema cultural. Así, en este post, se hablará de aquellas personas que se alejan de ese modelo de referencia,  que son portadoras del estigma de la diversidad funcional, una circunstancia que, muchas veces, las deja al margen de la sociedad en la que viven.

“La sociedad occidental está construida sobre unos valores dominantes que generan desigualdad entre la ciudadanía, al considerar que hay grupos generalmente mayoritarios que son superiores a otros grupos minoritarios”. Así, “existe una tendencia generalizada a clasificar y dividir las diferencias, entendidas como aquellas circunstancias que se oponen a las normas. Unas normas que son construidas social y culturalmente, y que en el caso de la corporeidad, responden a un canon de belleza tanto masculina como femenina”. Cuando la persona <<diferente>> no está dentro de los patrones culturales de nuestra sociedad, llega en muchos casos a ser rechazada o excluida. Por lo tanto, el cuerpo se convierte un símbolo de desigualdad social, marcando la frontera entre un individuo y otro.

 La existencia de  mitos, los prejuicios y las actitudes negativas construidas en torno a este colectivo han dado lugar a situaciones de discriminación, lo que les impide su participación social. “No en todas las personas con diversidad funcional el proceso de exclusión es similar, sino que está condicionado por el tipo y la gravedad de la afectación, la posición económica-laboral y la red de apoyo sociofamiliar”.

“Las repercusiones que tiene un cuerpo estigmatizado por una diversidad funcional física se manifiestan tanto en la propia persona como en los miembros de su entorno. En la relación que se establece con los «otros» es donde la persona experimenta el sentimiento de su diferencia”. De este modo, cabe destacar que existe una correlación importante entre el grado de afectación y las posibilidades de establecer relaciones sociales. “Cuanto más reducidas tienen la movilidad menores son las redes sociales y, por consiguiente, mayor es el riesgo de exclusión social”. Así, cuando una persona con diversidad funcional se presenta por primera vez a un grupo de personas en un contexto determinado, el grupo tiende a categorizar la diferencia percibida según sus propios valores, tipificamos a los «otros» en relación con la categoría en que los incluyamos.

Por lo tanto, existen dificultades a la hora de entablar una relación. Por un lado, la presencia de la persona con diversidad funcional provoca una inquietud, un desconocimiento sobre qué conviene o no hacer y decir. Por otro lado, también en la persona afectada se despierta una inquietud, ya  que las experiencias negativas marcarán su disposición en las relaciones debido a la vivencia de situaciones incómodas en las que ha sido etiquetado y diferenciado a través de las miradas o comentarios, provocando un rechazo a las relaciones con los demás para evitar el sufrimiento que causa su estigma. Así, en toda interacción, ambas partes son conscientes de la existencia de un atributo que convierte a la persona en un ser <<diferente de los demás>>, pero el problema llega cuando la diferencia se convierte en el atributo que define al individuo, dejando de ser una persona <<normal>>.

Ante estas dificultades para entablar relaciones sociales, “buscan la comprensión en personas con las que pueden compartir su diversidad funcional, bien con aquellas que poseen una igual o similar, o bien con aquellas con las que sentirán que su estigma es secundario a su persona. También nos encontramos con aquellas personas con diversidad funcional que no se identifican como tales y, por tanto, evitan cualquier tipo de relación con otras personas afectadas o la pertenencia al mundo asociativo. En este sentido, la identificación está muy en relación con el grado y la visibilidad de la diversidad funcional. A menor grado de afectación, es menor el grado de identificación con ese colectivo”. La falta de identificación responde a que  la diversidad funcional,  ha estado cargada de connotaciones negativas, y, por ello, difícilmente alguien querrá pertenecer a un grupo que es socialmente estigmatizado y discriminado.

Como conclusión se puede decir que en gran medida, es la sociedad la que excluye a las personas con diversidad funcional, al imponer obstáculos materiales y estereotipos culturales que fomentan  la  exclusión y marginación. Por lo tanto, hemos de abandonar la creencia de que la diversidad funcional es un atributo padecido y poseído por una persona individual y asumir que, es impuesta por la sociedad haciendo que las personas con diversidad funcional experimenten un amplio conjunto de restricciones que les vienen impuestas por su entorno material, cultural y social. Así, tenemos que aprender a aceptar las diferencias como un valor que enriquece a las personas.  Para ello, hay que desprenderse de los estereotipos y prejuicios existentes y estar dispuestos a tener una visión más relativista de las diferentes realidades culturales.

Bibliografía


Iáñez, A. (2008). Cuerpo y modernidad. El proceso de estigmatización en las personas con diversidad física. Tribuna Abierta , 105-121.

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