En este último post pretendo poner de
manifiesto que desde el papel de Trabajador Social debemos tener en cuenta que
una persona con diversidad funcional no tiene por qué generar en sí mismo un
problema, sino lo que genera un problema es la discriminación permanente, el
aislamiento y las restricciones sociales que impone la sociedad a las personas
que tienen diversidad funcional. Ser una persona con diversidad funcional por
desgracia, significa ser objeto de discriminación y de experimentar
vulnerabilidad, por lo que las actuaciones profesionales propuestas deberían ir
enfocadas, en gran medida, a la erradicación de dicha discriminación.
Tradicionalmente el Trabajo Social ha
seguido, y sigue, en muchos casos, el modelo médico -rehabilitador como una manera
de afrontar la intervención social. Sin embargo, cabe destacar que “el modelo
de Trabajo Social en la intervención social se distingue del modelo médico por
dos elementos: primero, el lugar y el poder atribuidos al Trabajador Social y
segundo, la consideración prioritaria de los aspectos positivos y dinámicos de
la situación del usuario/a”.
La acción del Trabajador Social no
comienza después del diagnostico, sino se inicia desde el primer contacto con
el usuario. La mirada, la acogida, la manera de presentarse, la calidad de
escucha o las preguntas planteadas, ya modifican algo, cambian la imagen que el
usuario tiene de sí mismo y de su entorno. “La intervención social se inicia inmediatamente, sin esperar las etapas
de recolección de datos, sin que el profesional haya tenido tiempo de reconocer
a las personas o las situaciones de manera profunda. El Trabajador Social puede
llegar un poco como intruso en un contexto del que no conoce previamente las
circunstancias. Los usuarios no solamente son los que conocen la situación,
también son ellos quienes conocen las soluciones más apropiadas para sus
problemas, y las que convienen mejor a sus deseos y proyectos”. “La situación
del Trabajador Social no es, entonces,
la de la persona que sabe, que va a aportar remedio, que va a curar. Se ha
convertido en aquel que va a descubrir una situación desconocida, que va a
examinar esta realidad con los interesados, que va a interpelarlos para
encontrar las soluciones más adaptadas y que en el curso de ese proceso va
introducir cambios”.
“El segundo elemento
importante que se distingue de la intervención social del modelo médico es la
toma en consideración prioritaria de los aspectos positivos y dinámicos de la situación
de la persona a la que atendemos. La herencia del modelo médico y
psicoterapéutico nos ha condicionado fuertemente a analizar toda la situación
social en términos de patología y de enfermedad. Nos hemos vuelto capaces de
percibir todo lo que se aleja de las normas sociales admitidas en un lugar y en
un tiempo dado. Esta manera de poner de relieve la <<patología
social>> implica la existencia de una idea de <<salud
social>>, de la vida social que se ha conocido, que no se tiene ya, que
se ha perdido, que se añora aún y que se desea reencontrar”
El modelo de intervención
social desde el Trabajo Social se centra en los cambios en curso, en las modalidades
particulares de la comunicación y de relación entre las personas y los grupos,
en las potencialidades, en sus dinamismos. “Se trata de valorar los aspectos
positivos, de utilizar un pequeño cambio, por mínimo que sea, como palanca de
dinamismos nuevos”.
“El quehacer profesional
en la acción-intervención social puede y debe articularse de modo que constituya
una verdadera mediación entre las personas y los grupos sociales, las
instituciones y la ciudadanía. Esto supone, por un lado, que las prácticas
sociales que promuevan participen de una visión holística e integral,
asegurando el máximo aprovechamiento posible de las potencialidades inherentes
a los sujetos y de los recursos existentes en un determinado medio; y, por otro
lado, que sus realizaciones se inscriban en un proceso donde las personas sean
vistas como agentes activos y potenciales y no como pacientes de problemas o
receptores de soluciones diseñadas por los/as profesionales”.
Sin embargo, “los
Trabajadores Sociales, en gran medida, son percibidos como meros distribuidores
de recursos públicos y con poca relación profesional”. En la gestión de los
recursos, el Trabajador Social ve limitada sus posibilidades de actuación ya
que “se encuentra cuartado por las
condiciones impuestas por la institución, y
por las presiones de unos destinatarios que, desde una situación de
precariedad, a veces extrema, no pueden entender ni admitir las condiciones
impuestas por quienes sustentan el poder político. Todo ello crea un serio
conflicto al profesional que conoce de cerca la necesidad que se plantea y
pese a ello se ve obligado a recortar o denegar una prestación en virtud de
unas directrices administrativas determinadas o por un recorte presupuestario
en las partidas destinadas a tal fin”.
A pesar de que la
perspectiva social de la diversidad funcional no ha evolucionado lo suficiente
como para orientar las políticas sociales y eliminar las discriminaciones que
sigue sufriendo este colectivo, el Trabajo Social no debería limitar la
definición de su identidad a los aspectos técnicos e instrumentales, ni
tampoco, únicamente relacionando su quehacer con la puesta en práctica de una
serie de competencias y destrezas aprendidas durante la formación y práctica
profesional. Los Trabajadores sociales deberían
desarrollar una labor como agentes activos de cambio de la realidad
social, teniendo como perspectiva los derechos de ciudadanía, superando la
ideología en clave de categorizaciones
para pensar en políticas y actuaciones que incluyan la diversidad de la
sociedad en la que vivimos.
Bibliografía
Rodríguez, J. M. (2011). La (con)ciencia del Trabajo
Social en la discapacidad:Hacia un modelo de intervención social basado en los
derechos. Documentos de Trabajo Social nº 49 , 9-33.
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