jueves, 28 de mayo de 2015

El ejercicio del Trabajo Social con personas con diversidad funcional (Jennifer Simbaña Torres)

En este último post pretendo poner de manifiesto que desde el papel de Trabajador Social debemos tener en cuenta que una persona con diversidad funcional no tiene por qué generar en sí mismo un problema, sino lo que genera un problema es la discriminación permanente, el aislamiento y las restricciones sociales que impone la sociedad a las personas que tienen diversidad funcional. Ser una persona con diversidad funcional por desgracia, significa ser objeto de discriminación y de experimentar vulnerabilidad, por lo que las actuaciones profesionales propuestas deberían ir enfocadas, en gran medida, a la erradicación de dicha discriminación.

Tradicionalmente el Trabajo Social ha seguido, y sigue, en muchos casos, el modelo médico -rehabilitador como una manera de afrontar la intervención social. Sin embargo, cabe destacar que “el modelo de Trabajo Social en la intervención social se distingue del modelo médico por dos elementos: primero, el lugar y el poder atribuidos al Trabajador Social y segundo, la consideración prioritaria de los aspectos positivos y dinámicos de la situación del usuario/a”. 

La acción del Trabajador Social no comienza después del diagnostico, sino se inicia desde el primer contacto con el usuario. La mirada, la acogida, la manera de presentarse, la calidad de escucha o las preguntas planteadas, ya modifican algo, cambian la imagen que el usuario tiene de sí mismo y de su entorno. “La intervención social se inicia inmediatamente, sin esperar las etapas de recolección de datos, sin que el profesional haya tenido tiempo de reconocer a las personas o las situaciones de manera profunda. El Trabajador Social puede llegar un poco como intruso en un contexto del que no conoce previamente las circunstancias. Los usuarios no solamente son los que conocen la situación, también son ellos quienes conocen las soluciones más apropiadas para sus problemas, y las que convienen mejor a sus deseos y proyectos”. “La situación del  Trabajador Social no es, entonces, la de la persona que sabe, que va a aportar remedio, que va a curar. Se ha convertido en aquel que va a descubrir una situación desconocida, que va a examinar esta realidad con los interesados, que va a interpelarlos para encontrar las soluciones más adaptadas y que en el curso de ese proceso va introducir cambios”.

“El segundo elemento importante que se distingue de la intervención social del modelo médico es la toma en consideración prioritaria de los aspectos positivos y dinámicos de la situación de la persona a la que atendemos. La herencia del modelo médico y psicoterapéutico nos ha condicionado fuertemente a analizar toda la situación social en términos de patología y de enfermedad. Nos hemos vuelto capaces de percibir todo lo que se aleja de las normas sociales admitidas en un lugar y en un tiempo dado. Esta manera de poner de relieve la <<patología social>> implica la existencia de una idea de <<salud social>>, de la vida social que se ha conocido, que no se tiene ya, que se ha perdido, que se añora aún y que se desea reencontrar”

El modelo de intervención social desde el Trabajo Social se centra en los cambios en curso, en las modali­dades particulares de la comunicación y de relación entre las personas y los grupos, en las potencialidades, en sus dinamismos. “Se trata de valorar los aspectos positivos, de utilizar un pequeño cambio, por mínimo que sea, como palanca de dinamismos nuevos”.

“El quehacer profesional en la acción-intervención social puede y debe articularse de modo que constituya una verdadera mediación entre las personas y los grupos sociales, las instituciones y la ciudadanía. Esto supone, por un lado, que las prácticas sociales que promuevan participen de una visión holística e integral, asegurando el máximo aprovecha­miento posible de las potencialidades inherentes a los sujetos y de los recursos existentes en un determinado medio; y, por otro lado, que sus realizaciones se inscriban en un proceso donde las personas sean vistas como agentes activos y potenciales y no como pacientes de problemas o receptores de soluciones diseñadas por los/as profesionales”.

Sin embargo, “los Trabajadores Sociales, en gran medida, son percibidos como meros distribuido­res de recursos públicos y con poca relación profesional”. En la gestión de los recursos, el Trabajador Social ve limitada sus posibilidades de actuación ya que “se encuentra cuartado por las  condicio­nes impuestas por la institución, y por las presiones de unos destinatarios que, desde una situación de precariedad, a veces extrema, no pueden entender ni admitir las condiciones impuestas por quienes sustentan el poder político. Todo ello crea un serio conflicto al pro­fesional que conoce de cerca la necesidad que se plantea y pese a ello se ve obligado a recortar o denegar una prestación en virtud de unas directrices administrativas determina­das o por un recorte presupuestario en las partidas destinadas a tal fin”.

A pesar de que la perspectiva social de la diversidad funcional no ha evolucionado lo suficiente como para orientar las políticas sociales y eliminar las discriminaciones que sigue sufriendo este colectivo, el Trabajo Social no debería limitar la definición de su identidad a los aspectos técnicos e instrumentales, ni tampoco, únicamente relacionando su quehacer con la puesta en prác­tica de una serie de competencias y destrezas aprendidas durante la formación y práctica profesional. Los Trabajadores sociales deberían  desarrollar una labor como agentes ac­tivos de cambio de la realidad social, teniendo como perspectiva los derechos de ciudada­nía, superando la ideología en clave de categorizaciones  para pensar en políticas y actuaciones que incluyan la diversidad de la sociedad en la que vivimos.

Bibliografía

Rodríguez, J. M. (2011). La (con)ciencia del Trabajo Social en la discapacidad:Hacia un modelo de intervención social basado en los derechos. Documentos de Trabajo Social nº 49 , 9-33.


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