En este primer post, pretendo poner
de manifiesto como el cuerpo es utilizado como un factor para la exclusión que padecen muchas personas con
diversidad funcional física, sobre todo en el contexto de las sociedades actuales.
Y es que estas sociedades se caracterizan por el predominio de unos valores
corporales (la belleza, lo perfecto), que además, son asumidos por los
individuos como propios de su sistema cultural. Así, en este post, se hablará
de aquellas personas que se alejan de ese modelo de referencia, que son portadoras del estigma de la
diversidad funcional, una circunstancia que, muchas veces, las deja al margen
de la sociedad en la que viven.
“La sociedad occidental está
construida sobre unos valores dominantes que generan desigualdad entre la
ciudadanía, al considerar que hay grupos generalmente mayoritarios que son
superiores a otros grupos minoritarios”. Así, “existe una tendencia
generalizada a clasificar y dividir las diferencias, entendidas como aquellas
circunstancias que se oponen a las normas. Unas normas que son construidas
social y culturalmente, y que en el caso de la corporeidad, responden a un
canon de belleza tanto masculina como femenina”. Cuando la persona <<diferente>>
no está dentro de los patrones culturales de nuestra sociedad, llega en muchos
casos a ser rechazada o excluida. Por lo tanto, el cuerpo se convierte un
símbolo de desigualdad social, marcando la frontera entre un individuo y otro.
La existencia de mitos, los prejuicios y las actitudes
negativas construidas en torno a este colectivo han dado lugar a situaciones de
discriminación, lo que les impide su participación social. “No en todas las
personas con diversidad funcional el proceso de exclusión es similar, sino que
está condicionado por el tipo y la gravedad de la afectación, la posición económica-laboral
y la red de apoyo sociofamiliar”.
“Las repercusiones que tiene un
cuerpo estigmatizado por una diversidad funcional física se manifiestan tanto
en la propia persona como en los miembros de su entorno. En la relación que se
establece con los «otros» es donde la persona experimenta el sentimiento de su
diferencia”. De este modo, cabe destacar que existe una correlación importante
entre el grado de afectación y las posibilidades de establecer relaciones
sociales. “Cuanto más reducidas tienen la movilidad menores son las redes
sociales y, por consiguiente, mayor es el riesgo de exclusión social”. Así, cuando
una persona con diversidad funcional se presenta por primera vez a un grupo de
personas en un contexto determinado, el grupo tiende a categorizar la
diferencia percibida según sus propios valores, tipificamos a los «otros» en
relación con la categoría en que los incluyamos.
Por lo tanto, existen dificultades
a la hora de entablar una relación. Por un lado, la presencia de la persona con
diversidad funcional provoca una inquietud, un desconocimiento sobre qué
conviene o no hacer y decir. Por otro lado, también en la persona afectada se
despierta una inquietud, ya que las experiencias
negativas marcarán su disposición en las relaciones debido a la vivencia de
situaciones incómodas en las que ha sido etiquetado y diferenciado a través de
las miradas o comentarios, provocando un rechazo a las relaciones con los demás
para evitar el sufrimiento que causa su estigma. Así, en toda interacción,
ambas partes son conscientes de la existencia de un atributo que convierte a la
persona en un ser <<diferente de los demás>>, pero el problema
llega cuando la diferencia se convierte en el atributo que define al individuo,
dejando de ser una persona <<normal>>.
Ante estas dificultades para
entablar relaciones sociales, “buscan la comprensión en personas con las que
pueden compartir su diversidad funcional, bien con aquellas que poseen una igual
o similar, o bien con aquellas con las que sentirán que su estigma es
secundario a su persona. También nos encontramos con aquellas personas con
diversidad funcional que no se identifican como tales y, por tanto, evitan
cualquier tipo de relación con otras personas afectadas o la pertenencia al
mundo asociativo. En este sentido, la identificación está muy en relación con
el grado y la visibilidad de la diversidad funcional. A menor grado de
afectación, es menor el grado de identificación con ese colectivo”. La falta de
identificación responde a que la
diversidad funcional, ha estado cargada
de connotaciones negativas, y, por ello, difícilmente alguien querrá pertenecer
a un grupo que es socialmente estigmatizado y discriminado.
Como conclusión se puede decir que en
gran medida, es la sociedad la que excluye a las personas con diversidad
funcional, al imponer obstáculos materiales y estereotipos culturales que
fomentan la exclusión y marginación. Por lo tanto, hemos
de abandonar la creencia de que la diversidad funcional es un atributo padecido
y poseído por una persona individual y asumir que, es impuesta por la sociedad
haciendo que las personas con diversidad funcional experimenten un amplio
conjunto de restricciones que les vienen impuestas por su entorno material,
cultural y social. Así, tenemos que aprender a aceptar las diferencias como un
valor que enriquece a las personas. Para
ello, hay que desprenderse de los estereotipos y prejuicios existentes y estar
dispuestos a tener una visión más relativista de las diferentes realidades
culturales.
Bibliografía
Iáñez, A. (2008). Cuerpo y modernidad. El proceso de
estigmatización en las personas con diversidad física. Tribuna Abierta
, 105-121.